Jesuitas España

El próximo 9 de marzo concluye el Año Jubilar de San Luis Gonzaga durante el que la Iglesia ha recordado al Santo Patrono de la juventud. San Luis Gonzaga es un ejemplo de la libertad interior que caracteriza a lo mejor de la juventud: resistiendo a presiones de todo tipo, el primogénito de los marqueses de Castiglione buscó la manera de seguir la voz del Espíritu que resonaba en su conciencia. No podía haber mejor inspiración para el Sínodo de la Juventud y del Discernimiento Vocacional celebrado en Roma el pasado mes de octubre. Durante este encuentro, la Iglesia ha reafirmado su voluntad de abrirse a unos jóvenes que desean ser «escuchados, reconocidos, acompañados» y que no están dispuestos a admitir «respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas».

El trabajo con jóvenes está en la esencia del apostolado jesuita. La experiencia de Ignacio se convierte muy pronto, en Paris, en un encuentro con otros jóvenes compañeros para compartir su amor por Cristo. Posteriormente, la Compañía no tardó en comprender que los colegios eran el mejor medio a su alcance para transformar la cultura en clave evangélica. Cinco siglos después, en las preferencias apostólicas para la Compañía de Jesús que acaba de anunciar el Padre General, seguimos apuntando a los jóvenes como una de las cuatro áreas fundamentales de nuestra misión: «Acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador».

Los jesuitas trabajamos con la juventud porque creemos en los jóvenes: creemos en su generosidad, en el fruto que pueden dar sus deseos de cambiar este mundo fracturado. El Padre General, Arturo Sosa, ha insistido en el papel fundamental de los jóvenes para la misión: son ellos los que pueden aportarnos una comprensión interna del cambio de época que estamos viviendo. En ellos podemos actualizar el encuentro de cada persona con Jesús.

Pero el Padre General también señala un elemento que nos interpela de manera directa: «acompañar a los jóvenes nos exige coherencia de vida, profundidad espiritual, apertura a compartir la vida-misión en la que encontramos sentido a lo que somos y hacemos». Contar con la complicidad de los jóvenes hoy tiene mucho que ver con la fuerte llamada a la conversión personal, comunitaria e institucional que vive la Compañía y el conjunto de la Iglesia. En nuestro caso, significa el regreso a nuestras raíces, teniendo memoria viva de la experiencia de los primeros compañeros en Venecia, como nos invitó a hacer la Congregación General 36.

Si proclamamos que la vida de San Luis Gonzaga —un joven que llevado por una fe sólida murió a los 23 años por la peste que contrajo de los enfermos a los que atendía en Roma— constituye un modelo de valor para la sociedad de hoy, nuestro día a día deberá atestiguar esa convicción. Se equivoca quien pretenda dar gato por liebre a una generación con un sentido agudizado de la autenticidad.

Dice el Padre General que «recibir las preferencias significa iniciar de inmediato su puesta en práctica cambiando los estilos de vida y trabajo que obstaculizan la renovación de las personas, comunidades y obras comprometidas en la misión». La capacidad que mostremos de sumar y acompañar a los jóvenes será en los próximos años un buen indicador de la medida en que respondemos a esa llamada a la conversión.